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¿Sabías que el vibrador femenino lo inventó un médico cansado de usar la mano? Así, como lo lees. Aunque en realidad la historia es un poco más compleja voy a resumirla un poco. Durante siglos los hombres hemos creído conocer y abarcar cada campo de conocimiento y así nos va. No sin algunas meteduras de pata memorables. Pobre aquel sometido a una sangría por ejemplo o debatir sobre la planitud de la Tierra.
Por ejemplo, algo como la histeria femenina era atribuido a historias peregrinas e invenciones como la que el útero se movía dentro del cuerpo femenino produciendo todo tipo de trastornos. Este supuesto mal, el útero maligno que no paraba quieto, era tratado en la antigüedad con la presencia de flores y ungüentos cerca de la vagina con la esperanza de que el útero dejase de producir espasmos, sofocos y ahogamientos al comprimir las vísceras.
Luego llego la inquisición con su solución para todo. Brujería, demonios se apoderaban de la mujer. ¿Y qué mejor que unos azotes para resolver el problema? Así se lo contamos, así se las gastaban nuestros antepasados.
En realidad, la prueba histórica que los hombres por no preguntar somos capaces de ir a Cuenca desde Barcelona a por tabaco solo por evitar reconocer la incapacidad que tenemos los tíos para reconocer cuando no tenemos ni idea de algo.
Así, con estos precedentes, la historia del invento que se volvió contra el patriarcado comienza en la Inglaterra victoriana. El puritanismo extremo de la época y la puesta en práctica de por entonces innovadoras corrientes en medicina y en especial aquella primitiva ciencia de la psicología. Produjo un nuevo tipo de paciente. Mujeres acudían a la consulta del médico para tratar todo tipo de dolores, desmayos, insomnio, nerviosismo, espasmos musculares, excesivo deseo sexual o falta de deseo sexual. En resumen, a todo eso le llamaron “histeria” y su tratamiento pasaba por dar masajes pelbicos a sus pacientes.
Nada de glamour. “Póngase usted aquí en esta silla de barbero, mire al techo que mientras le masajeo sus partes señora. No se preocupe, soy médico.”
Esa solución tan imaginativa, ese tratamiento, fue atribuido al doctor George Taylor quien en 1859 aseguraba sin duda que más del 25% de las mujeres de Londres sufrían histeria. Toda una epidemia a la que médicos pusieron todo su empeño en resolver a base de masajes en busca del “paroxismo histérico”. Sí: una masturbación hasta el orgasmo.
Como negocio médico era fantástico. Ni había remedio con esos delirantes métodos ni las pacientes se morían de eso, así que seguían yendo eternamente a la consulta a soltar dinero.



Cuesta imaginar aquella encorsetada Inglaterra en nuestros días. No es como ahora que puedes ir a cualquier tienda como erótica o sexshop, agarrar el modelo con forma y colorido que más te guste y a casa con nuestro nuevo amigo 😉
Es más, tampoco había compra por catalogo ni podías buscar en Google por una tienda de vibradores. No chicas, no existía Naturline.
El frotar se va acabar.
Seguramente cansado, harto, hastiado de tanto masaje y saturado por tal trabajo agotador, el doctor Granville lo tuvo claro. En 1883 ideó un vibrador electromécanico con fines terapéuticos. Dicho aparato no era nada a pilas ni manejable ya que estaba conectado a un inmenso generador y pensado únicamente para consultas médicas. No puedo asegurar que fuera del todo seguro, ¿coincide este invento con el de la permanente? ¿Quien sabe? Eso sí, dejar de masturbar a todas aquellas mujeres fue un alivio para el doctor
Bromas aparte aquel invento supuso una revolución. Fue tal su éxito que muchas mujeres adineradas acabaron comprando las mágicas máquinas para poder tenerlas en su habitación.
Al poco tiempo, las sufragistas serían tildadas de histéricas por querer votar y décadas más tarde las feministas contemporáneas adoptarían el vibrador como símbolo de autonomía femenina.
¿Cuanto a cambiado el mundo? ¿Cuanto a evolucionado todo desde el primer vibrador? Y todo gracias aun médico que se cansó de frotar. 😉
Post patrocinado por Naturline, todas las opiniones son mías.