Que Vetusta Morla hace años que ha dado con la maravillosa tecla no es ningún secreto. Que sus discos son de una redondez exquisita, sus letras emocionantes y sus directos arrolladores, tampoco. Por eso, y pese a haber estado en mil, cada concierto de los chicos de Tres Cantos es un acontecimiento importante en la agenda. Sabes que es un día grande.
Llegar e intentar aparcar fue un poco aventura, y más cuando no hacías más que ver a gente extrañamente disfrazada por los alrededores. ¿Nos habíamos equivocado de día y tocaba concierto de Tokyo Hotel o 30 Seconds to Mars? No, pero casi. Convención del Manga en el pabellón de al lado. También vimos un grupo de chicas que iban de despedida de soltera. A la novia la llevaban con los ojos vendados. Desconocemos si la llevaban a ver a Pucho o a Naruto.
Llegamos con el concierto de Rufus T. Firefly, que actuaban de teloneros, a mitad. Mucho bullicio de un grupo que suena potentísimo, aunque, personalmente me pilló acabadito de llegar y en frío, me pareció que el sonido era un poco excesivamente ruidoso. El público, en cambio, parecía realmente entregado y agradecido al quinteto madrileño.



Y llegó el turno de Vetusta Morla. Ante 5.000 personas, a las 22:45 empezaba un show que iba a durar dos horas. Con un precioso aunque nada arriesgado espectáculo de luces, arrancaban el concierto con La Deriva, canción habitual para hacerlo. Pronto nos daríamos cuenta que el sonido no iba a ser todo lo bueno que se esperaba. El cemento del recinto no es el más adecuado para el sonido de un grupo para el cual la ambientación es parte principal del espectáculo.
Sin embargo, media canción fue lo que esa sensación tardó en abandonar mi cuerpo y el de los espectadores (si es que alguien lo hubo notado). La fuerza del grupo, la importancia de la percusión en sus directos y, sobretodo, la energía de Pucho contrarrestaron el efecto y pusieron al público en éxtasis desde el primer momento.
Lo que te hace grande, Golpe maestro, La mosca en tu pared y Pirómanos para arrancar. Boca en la tierra nos erizó el vello de la nuca a la vez que los primeros empezaban a quedarse afónicos. Fuego y Rey Sol, seguidas, así como Al Respirar y Copenhague. Versión algo diferente en directo de ésta última. más minimalista, por así decirlo. No desmerece, pero no me profanen un clásico.
Con Sharabbey Road las 5.000 personas gritaron al unísono esos coros. Y es que nadie olvida el temazo con el que terminaban sus conciertos cuando apenas tenían un disco en la calle. Las canciones se sucedían y cuando pensabas que ya las habían tocado todas, sonaba una nueva canción que habías olvidado.



Cuando se hizo, por fin, el silencio, nadie pidió un bis. Pero nadie se movió. Todos los deseaban, pero lo esperaron expectantes. Y vaya si lo hubo, con Valiente a la cabeza. Pero lo mejor estaba dejándose para el final. Con los primeros compases de Los Días Raros se veía que sería la última. Y es que, si éste tema era tremendo para empezar los conciertos de su gira con Mapas, más redondo queda todavía como apoteósico final para un concierto de dos horas. Todo coronado con unos bonitos versos pseudo-rapeados por Pucho (aunque leídos de una hoja en el suelo sin ningún disimulo).
Así que, en resumen, crónica pelotillera y eufórica. Y eso que me he esperado unos días para poder ver el concierto en perspectiva. Y es que la Morla sigue siendo mucha Morla.